La mayoría de las
personas que padecen SIDA se encuentran inmersos en un círculo cerrado en el
que están incluidos todos los puntos citados, y que presumiblemente, en este
caso, unos lleven a otros completando un círculo sin fin que sólo en
determinadas ocasiones se rompe, cuando el apoyo social y la solidaridad hacen su
entrada. Desgraciadamente, no siempre ocurre esto, y es en la mayoría de los
casos cuando la enfermedad se convierte en un estigma social y los enfermos son
tratados como los leprosos en la antigüedad, que eran señalados y apartados de
la sociedad por miedo al contagio.
La exclusión social a
causa del SIDA se expresa de múltiples maneras, algunas muy sutiles y otras
demasiado evidentes para dejar de verlas. Pero todas las formas de exclusión
social coinciden en un hecho que, aunque se conoce, es inadmisible para
cualquier sociedad o país democrático: la violación de los derechos humanos
esenciales de las personas que viven o padecen la enfermedad, consagrados en la
Declaración Universal de Derechos Humanos suscritos y ratificados por la
inmensa mayoría de los países del mundo ( el derecho a la vida, a la salud, a
la igualdad, al trabajo y a la educación).
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